¿EQUILIBRIO?

Editorial

NO recibimos la traducción de aquella frase del embajador Arcos –citada por la empresaria progresista– “Here, everybody is on the take and the fix is in” -dicho muy peculiar de los norteamericanos. (Hay que esperar sin perder la paciencia –diría hoy el Sisimite– seguimos todos a la expectativa. -Como aquí a los noveleros –explica Winston– les encantan los culebrones, siempre es aconsejable, para propósito de la lectura y de los que leen, mantener el suspenso). Sin embargo, para no tener al colectivo en suspenso sobre el otro tema abordado –el concepto que corre a la par de las lecciones de la diferencia entre Estado y gobierno– hoy proseguimos la discusión tal como habíamos ofrecido. Decíamos ayer: Desde que el filósofo francés Montesquieu, en su obra “El Espíritu de las Leyes”, planteó la separación de poderes legislativo, ejecutivo y judicial, para evitar la concentración excesiva del poder en manos de una sola entidad, como garantía de equilibrio, la noción de los pesos y contrapesos en el sistema se considera parte esencial de las democracias modernas.

Con el tiempo la prensa, la opinión pública y la sociedad, fueron adquiriendo importancia como elementos claves de los pesos y contrapesos en una democracia. La prensa –antes elevada a un “cuarto poder”– desempeña un papel insustituible en la colectividad, ofreciendo información puntual y creíble. Pero, además, al asumir su función de vigilancia político-social, no solo es medio transmisor de la expresión de los ciudadanos, sino que, en sus páginas de opinión, asume la función de contraloría y de vigilancia, canalizando los reclamos del público, exponiendo los posibles abusos y denunciando los excesos del poder. La opinión pública es otro factor que influye en las decisiones políticas. La buena o mala imagen gubernamental descansa sobre el parecer de los ciudadanos. Tanto las preocupaciones, las insatisfacciones, como la participación militante de los gobernados, ejercen peso específico en la toma de las decisiones y de las políticas públicas. La sociedad organizada –a la que tiempo atrás se le denominaba las “fuerzas vivas”, sepa Judas cuáles serían las “muertas”– hoy conocida como “sociedad civil”, (quizás para diferenciarla de los uniformados) también un término sui géneris ya que por civil se entiende lo que no es militar o eclesiástico. En ese bulto caen los grupos de interés, los gremios, las iglesias, y las organizaciones no gubernamentales que tercian en las discusiones, exigiendo lo propio, también ejerciendo criterios de presión. (Si bien la limitación del ejercicio del poder –deseando evitar el poder despótico o tiránico– y de ahí, el respeto a los derechos individuales, con los denominados “checks and balances”, es la doctrina tradicional asignada a Montesquieu, los pensadores de la Ilustración –entre ellos John Locke con su manuscrito, el Segundo Tratado de Gobierno Civil– ya antes proponían que el poder debe emanar de la voluntad popular y no divina; alusivo a lo monárquico).

(Pues bonita la doctrina –entra el Sisimite– en las democracias, porque los sistemas populistas y autocráticos, buscan el poder absoluto hasta deshacer todo lo que luzca como contrapeso a su dictatorial autoridad. ¿Y me imagino que cuando hablan de la prensa se refieren a la convencional? -Pues ha de ser –interviene Winston– porque en las redes sociales hay tal deformación de la información que es para lo menos que sirven. Eso –que debiese ser el mayor avance comunicacional utilizado para provecho individual y colectivo– casi solo funciona para la instigación del odio, la división, el conflicto, el mundano entretenimiento y las chabacanadas. -Pero no solo son las chatarras de los chats –interrumpe el Sisimite– los que desnaturalizan la información. Ahora, la fregada es que también en la prensa convencional trituran la verdad. Si no es el sensacionalismo a lo penco, usado para recuperar la audiencia que han ido perdiendo, es el nocivo resabio de defender intereses mezquinos –vociferados por monitos cilindreros que mueven la manivela del organillo difamador–propagando desconfianza. -Les repugna la decencia, y el equilibrio –suspira Winston– en las instituciones. Quieren que el control regrese a lo que era antes, que les permitía hacer diablos de zacate de la elección. El daño al país es inmenso ya que con esas campañas insidiosas asesinan la esperanza de la gente de poder cambiar su vida –la desgraciada suerte que los angustia ahora– por la ruta pacífica y democrática).