¿LAS LODOSAS?

Editorial

COMO los padres pasan su ingenio a sus retoños. Esta es la escueta reacción al relato de La Puerta, de la mamá de la vivísima chiquita que manda, a menudo, los más adorables mensajes de voz: “Hasta las lágrimas me saca esa historia y punto”. (Alude, obviamente, al cierre del epílogo del libro. Como agregar más palabras, a un ejemplo tan bello, solo conseguiría arruinarlo; hasta aquí. Con el permiso del amable auditorio ponemos, entonces, el punto final). Mensaje de la jurista amiga: “La puerta, algo tan insignificante a la vista de todos, en medio del infinito mar de lodo, agua y los mil y un objetos alrededor; la puerta bastó para dar esperanza de un nuevo comienzo. Gran lección de vida, literalmente de vida desafiando la muerte; la esperanza desafiando la adversidad”. “¿Existe un símil hoy día para nosotros, quienes abrimos los ojos y nos negamos a conformarnos con la antagónica realidad? ¿Porqué no queremos arrastrar los pies robotizados al son del día a día en Honduras? La amiga doctora: “no hay palabras para describir todos sus relatos como el cuento de la puerta; poco se puede decir, pero solo eso define la gran tragedia que vivió el pueblo hondureño”. “Sus editoriales nos transportan a aquellas épocas”.

La amiga empresaria progresista: “Hermoso cuento de “La Puerta”, en verdad”. “Refleja la nobleza del siempre sacrificado corazón de los damnificados que, en muy pocas ocasiones –excepción fue cuando ese diluvio– fueron atendidos”. “Una crónica resignación con disposición al sacrificio. pero con el “seguir luchando” que les caracteriza y preparados siempre para otro trancazo”. “Gracias por esa anécdota, llena de tanto significado, que me cuesta describir”. Otro amigo lector: “Estuve de voluntario en el centro de emergencia que gestionaba mi papá, desde la Secretaría de Gobernación, instalado en las oficinas de ingeniería satelital”. “En medio del caos, llegó la noticia de que el alcalde Castellanos había muerto en el helicóptero, mientras estaba sirviendo a su ciudad”. La exmagistrada amiga: “Que días más crueles”. “Nos dolió tanto saber de personas soterradas, llevadas por los ríos, la incertidumbre de quienes se subían a los techos”. “Recuerdo que al día siguiente fui a trabajar porque tenía turno en el juzgado y me encontré el puente de El Chile caído; di la vuelta y en el bulevar Fuerzas Armadas aún había derrumbes y era necesario esquivarse de las piedras que rodaban al pavimento”. “Compartimos el dolor de tanta gente”. Imposible no llorar de tristeza de ver nuestra ciudad derrumbada”. “La certeza de una gestión transparente nos devolvió la esperanza”. Una vieja amiga encargada de distintos menesteres de la emergencia en la casa de gobierno: “Este recuerdo no es compatible, pero me acuerdo cuando llegó cierta alta personaje de un gobierno amigo, que solo vino a tomarse fotos para usarlas en su campaña”. “Llegaban de dizque sacar lodo de un barrio –solo la apangada– y estaban haciendo antesala esperando ser recibidas en tu despacho”. “Y me mandaste a decir que no te subiera a las lodosas ahí”. “Y tuvimos que hacer un rápido movimiento para acomodarlas en el cuarto verde que ya no me acuerdo como se llamaba”.

(Pues sí –entra el Sisimite– recuerdo que llegaron brigadas de todos lados a socorrer en la emergencia, cada equipo atendiendo distintas necesidades. Incluso hubo héroes de otros países –por supuesto que también nacionales– quienes perdieron la vida rescatando damnificados. Muchos de ellos voluntarios de distintas procedencias, de una diversidad de aptitudes y destrezas y de varias denominaciones religiosas, que siguieron auxiliando en la rehabilitación –no se quedaron en la capital o en otros centros urbanos, sino que acudieron a las áreas rurales más vulnerables y allí permanecieron por mucho tiempo– cuando una buena parte del voluntariado local se había disipado. -Supe –interrumpe Winston– que infinidad de figuras importantes de gobiernos amigos, de los entes financieros de crédito y de otras organizaciones internacionales, vinieron a solidarizarse con el pueblo hondureño. –Así es –asiente el Sisimite– la presencia y las gestiones de muchos de ellos fueron decisivas al Plan de Reconstrucción y Trasformación elaborado por el gobierno, a fin de obtener el financiamiento para la reposición de la infraestructura dañada; la inmensidad de obras construidas que devolvieron la normalidad al país. -¿Y entonces –curiosea Winston– cuáles eran las lodosas? -No vale la pena identificarlas –esquiva el Sisimite– pero, aun cuando la vasta mayoría vino a ayudar con sinceridad, siempre hay quien se aprovecha de una tragedia, que es noticia mundial, solo para levantar perfil promocional que allí estuvieron. -Pues, parecido a las lodosas –suspira Winston– hay uno que otro por aquí que, sin haber hecho nada de nada, sino estorbar –empecinado con la nada– nada reconoce ni agradece de todo el bien que se hizo).